MICROCUENTO VII
Me quedé a observarla unos minutos. Había algo distinto en ella, aunque no acertaba a adivinar qué. Como siempre, despeinada. Con una trenza que dejaba salir la mayoría de sus cabellos alrededor del rostro. Siempre me gustó su pelo, lástima que no siempre lo deje rizado. Pero no era su pelo lo que llamaba mi atención. Era su mirada. Había algo diferente. Era una mirada triste, con los ojos fijos al infinito, sin ese brillo que tanto la caracterizaba. Una mirada sin esperanza propia de las personas rotas.