Hacía ya mucho tiempo (quizás demasiado) que no asistía a una boda. Se me habían olvidados los momentos que te hacen un nudo en la garganta cuando ves al novio llorando, mirando hacia la puerta de la iglesia por donde aparece su futura esposa. Los nervios previos cuando vas camino de la peluquería si haber podido dormir apenas la noche antes. El sudor de las manos cuando ambos se miran y desaparece todo a su alrededor. Hacía tanto tiempo que no asistía a una boda, que se me había olvidado que el amor realmente existe. Sí, he podido ver el amor verdadero en sus ojos al mirarse el uno al otro, aunque yo estuviese empecinada en demostrar que eso del amor era pura palabrería. Existe, y puede tocarse. Simplemente es cuestión de encontrarlo.
Y ha sido justo este descubrimiento el que, sin previo aviso, me ha azotado por dentro. Supongo que no estaba preparada, aun, para descubirlo. Supongo, por esto de suponer también, que me duele el hecho de no haber podido encontrar a alguien que me mire de esa forma...
Llevo unos días triste con este pensamiento en volandas. Porque realmente es triste que te vean simplemente como una chica mona, sin siquiera molestarse en mirar tu interior. Es triste saber que solo miran de ti una fachada, y que lo de dentro importa más bien poco. 
Es triste descubir que el amor realmente existe, y que no ha querido llamar a tu puerta...

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