MICROCUENTO IV
Era una noche cualquiera de verano. De un día radiante con un sol estupendo para aprovechar en la playa. Una noche estrellada de las que dan ganas de tirarse en el suelo a mirar el cielo. De esas noches a las 3 de la mañana sin sueño que en nuestra mente sólo aparece una mirada...
Era lo que más me gustaba de él. Sus labios, su pelo azabache, sus ojos, pero sobre todo su mirada. Tenía una forma de mirarme como si quizás estuviera viendo algo mágico, con un brillo en los ojos que lo hacía único. Esa mirada que se perdía mirando al mar y al siguiente pestañeo tenía una sonrisa que lo envolvía todo. De esas que cuando se posan en ti no puedes dejar de observarlas, aunque parezca descarado que intentas descifrar algo. Hipnotizantes.
De las que no sabes que existen hasta que las tienes delante, y que, cuando se acercan lo suficiente para darte un beso, tienes que cerrar los ojos por esa luz cegadora que las envuelven.
Era de esas miradas que no quieres que dejen de mirarte nunca...
Y era solo suya.
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