Aquella mañana me desperté con un bonito recuerdo en la mente. Era un caluroso día de verano y brillaba el sol. En la paz de la tarde, y tras una mañana ajetreada, me hallaba tumbada boca abajo en la toalla. Mis dedos jugaban con la arena, y mi pelo mojado hacía resbalar gotas de agua de mar por mi mejilla. Estaba realmente sorprendida, no daba crédito a la situación. A mi lado tenía al ser más impresionante que he conocido nunca, en cuyos ojos brillantes veía mi reflejo embelesada. Me acariciaba con sus suaves manos y me besaba como nunca antes lo habían hecho. Besos pequeños, dulces. A montones, por todos lados. Y yo no salía de mi asombro...
En uno de estos irresistibles roces, tuve que decírselo: "Eres raro". A lo cual me miró mucho más asombrado que yo, preguntándome el por qué. "Eres raro. Das besos". Y tras escuchar esto se echó a reír. Un carcajada limpia y fresca que aún resuena en mi cabeza, con sus brillantes ojos y sus dulces labios. Seguramente estaría preguntándose qué clase de personas había conocido para decirle aquello, pero yo no podía creerme lo que veían mis ojos y sentía mi piel.
No daba crédito a lo que despertaba en mi pecho cada vez que me rozaban sus labios y yo cerraba los ojos...
En uno de estos irresistibles roces, tuve que decírselo: "Eres raro". A lo cual me miró mucho más asombrado que yo, preguntándome el por qué. "Eres raro. Das besos". Y tras escuchar esto se echó a reír. Un carcajada limpia y fresca que aún resuena en mi cabeza, con sus brillantes ojos y sus dulces labios. Seguramente estaría preguntándose qué clase de personas había conocido para decirle aquello, pero yo no podía creerme lo que veían mis ojos y sentía mi piel.
No daba crédito a lo que despertaba en mi pecho cada vez que me rozaban sus labios y yo cerraba los ojos...
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