FUE COSA DE BOB MARLEY
No me gustan las despedidas forzadas. Ni su continuación. Ese sentimiento de vacío que te acompaña por un tiempo por lo que dejas atrás. Esos momentos en que recuerdas la magia del primer encuentro. La timidez de la primera mirada y ese cosquilleo que te recorre el cuerpo. Esos minutos, u horas que le siguen, en los que piensas en su primer beso. Suave, como si fueras lo más maravilloso que le ha pasado en siglos. Y esa mirada que no pierde un detalle de tu sonrisa. Que cuando encuentra la tuya hace temblar el más minimo sensor de tu cuerpo.
No me gustan las despedidas que acaban en un tierno beso, donde te quedas pensando en el proximo reencuentro. Donde anhelas que ese segundo no pase nunca y darías lo que fuera por no tener que irte. Esas despedidas en las que te das cuenta de que aquello que pensabas imposible puede no serlo. De que un poco de cariño es justo lo que necesitas para sanar heridas profundas. De que el simple hecho de unas palabras bonitas pueden hacerte suspirar durante horas.
Las despedidas, a veces, te enseñan. Te muestran que cuando menos te lo esperas, lo que no buscabas puede llegar. Sin previo aviso. Sin anestesia. Que todo lo que has negado puedes sentirlo en un minuto. Que el simple hecho de decir su nombre te saca una sonrisa y buscas la mínima escusa para emprender viaje con la ilusión de oir de nuevo su fascinante voz.
Y es que, en su mayoría, las despedidas significan tanto como la persona que dejamos. Y hay algunas que nos devuelven la vida. Y a las que deseamos volver a ver. A la mínima ocasión.
"Me dijeron que para enamorarla tenía que hacer la reir... El problema es que cada vez que sonríe me enamoro yo". Ni Cortázar ni Benedetti, Bob Marley. Un lapsus causado por la luz de tu mirada frente al mar y ese bonito beso que no quería que acabara nunca...
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