EL GIRASOL EN EL LENGUAJE DE LAS FLORES

Hay cosas que, por fortuna, él nunca sabrá. Nunca tuve el valor de decírselas, pero tampoco creo que le gustase saberlas. Nunca sabrá que desde que lo conocí no ha habido un solo día que no haya pensado en él. Que cada vez que escucho su voz mi estómago da un vuelco, y las libélulas que habitan en mi estómago se agitan alborotadas a la vez que mi corazón se acelera para, poco después, latir suave y sereno. Tiene el mágico poder de calmarme, aunque eso no llegue a sospecharlo nunca. 

No sabrá que mi cuerpo tiembla cada vez que me escribe, y que los minutos escuchando su voz se convierten en milésimas de segundo que no quiero que acaben nunca. Que tiene el poder de sacarme una sonrisa aunque haya tenido el peor día de mi vida: con una simple palabra es capaz de arreglarlo todo. Que me encanta mirar su foto cada noche antes de dormirme. Y aunque él no lo sepa nunca, es mi momento favorito del día. Poder contemplar detenidamente sus ojos, su mirada que me atrapa y me hace soñar. Poder admirar esos labios que tanto añoro...

Nunca sabrá que aún recuerdo su perfume y el olor de su piel. Que cada noche imagino que me duermo en sus brazos mientras dibujo en mi mente esa sonrisa que me cautiva. Que un día me doy por vencida, y al siguiente resurjo con más fuerza aún. 

Yo, la chica que se cansaba de decir que no creía en el amor. Que nunca se iba a enamorar. Maldita ingenua: caí en sus redes sin darme cuenta. Sin remedio. Como nunca antes. Consciente de que jamás conoceré a otro chico que me haga sentir tanto.
Me vi despertando en su pecho, riéndome con él. Buscándole las cosquillas. Contando los pelos de su barba. Diciéndole lo guapo que es y sintiéndome afortunada porque me hubiera elegido a mí. Ahora solo me gustaría poder contemplar su rostro todas las mañanas. Sin más.
El amor más puro es aquel que no amarra, que no oprime ni obliga. Por eso lo quiero libre, aunque sea sin mí. Aunque eso signifiquen un sinfín de insomnios que lleven su nombre...