¿Sabes cuál es esa sensación de cuando te levantas vacía y no hay ni una pizca de ilusión que te haga levantar el día? Casi siempre viene seguida de un momento anterior en que lo has entregado todo, y ya no te queda nada para ti. Esos momentos posteriores a tener un corazón desnudo que espera que lo arropen pero no lo encuentra. Es una sensación fría, extraña. Te hace sentir intrusa en tu propio cuerpo. Tus manos no reconocen tus mejillas y tus ojos suelen oler a mar. El tacto de tu piel ya no es tan suave y tu mirada se encuentra perdida en un limbo del que ni siquiera es consciente de que debe salir. Tus pies se quedan fríos, tus labios inmóviles. Tu pelo se queda sin brillo y tu sonrisa no es capaz de florecer, sabes, en mucho tiempo ya.

El paso previo a un corazón roto es una de las peores sensaciones que podemos experimentar, pero aun así, nunca podrá compararse al preciso instante en el que sientes el crujir que indica que se está rompiendo: ese segundo, ese crujido que te deja con la mirada perdida y tu cuerpo cayendo en un abismo…

Sentirse a la deriva sin remos…

 

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