ESPECIAL

Bajé la mirada. No sabía muy bien qué hacer. Ni a dónde mirar. Supongo que a veces pasa. Que por mucho que quieras, por mucho que lo intentes, no hay rincón posible, no hay guarida a salvo. Llegué allí sin saber muy bien cómo. Sin buscarlo. Tan solo caminando. Dejándome llevar. Era muy joven como para andar buscando y también muy ingenua como para esperar algo a cambio. Te miré, pero tampoco sabía como hacerlo. 

Me miraste y me escondí. Allí, donde no había lugar para el cobijo... yo solo pensaba en esconderme. 

Te acercaste. Lentamente. Con mucho cuidado de no asustarme. Te miraba de reojo. Nerviosa. En silencio. En absoluto silencio. Tus ojos, llenos de bondad, se posaron en los míos. Me tranquilicé. Me tranquilizaste. Seguía temblando, pero estaba tranquila. Más tranquila. Me acariciaste un dedo con dulzura. Te devolví la caricia, aunque la mía era mucho más temblorosa. 

Sonreíste.

Despacio, muy despacio, tu cara empezó a acercarse a la mía. Yo, inerte, esperaba. No sabía qué hacer... bueno, sí que lo sabía, pero no sabía cómo hacerlo. Seguiste acercándote.

Cerraste tus ojos. Cerré los míos. 

De repente, tus labios se posaron en mis labios. Me estabas besando. Por primera vez. 

Yo seguía temblando, pero tu mano abrazaba la mía. Tu calor abrazaba mi frío. Y mis nervios desaparecían con tu piel. 

Yo no había ido buscando eso. No sabía lo que había ido a buscar. Solo me dejaba llevar. Supongo que las cosas buenas, las mejores, suceden justo ahí, cuando dejas de buscar.

Dicen que la piel es de quien la eriza. Mi piel, entonces, era tuya. De nadie más.

Lo había sentido tan real que incluso me asusté al despertarme. Luego, pensando fríamente, tumbada aún en la cama, me di cuenta de que aquello era imposible. En tanto tiempo no me había atrevido siquiera a saludarlo. Aun así sonreí. Iba a ser un bonito día. Por el simple hecho de haber soñado con él. De haber soñado su primer beso... 

Y porque era feliz con solo mirarlo. De vez en cuando.