CARTA DE UNA ENFERMERA A LOS FAMILIARES DE PACIENTES CON ALZHEIMER
Créeme si te digo que sé lo duro que puede llegar a ser que tu padre no sepa quién eres. Que te sacrificas cada día por alguien que no te reconoce, a pesar de todo lo que os une. Créeme que me duele ver el temor en tus ojos cuando dejas a tu padre a nuestro cuidado. Sé que es un ser querido importante para tí, y por ello pongo todo mi empeño en cuidarlo.
Créeme si te digo que sé por lo que estás pasando. No es una enfermedad fácil de llevar y la impotencia te gana la partida los más de los días.
Créeme si te digo que no es fácil para mí llamarte para decirte que hoy también está gresivo, y que nos ha agredido de nuevo. De sobra sé que no es culpa tuya, ni pretendo que te sientas culpable: tu padre no es consciente de sus actos.
Créeme que entiendo tu enfado con nosotros cuando llamamos para llevarlo a casa antes de tiempo porque no podemos más, de sobra sé que aprovechas al máximo el tiempo que lo cuidamos para tus quehaceres y tener todo preparado para cuando llega. Créeme que también entiendo tu frustración cuando te informamos de que no se está adaptando bien a la unidad y no colabora no suficiente para poder tenerlo mucho más tiempo con nosotros. Todo eso lo tengo presente siempre. Por ello voy con mi mejor sonrisa a cuidarlo cada tarde. Y pienso en tí cada vez que me golpea. Pienso en cada golpe que has recibido tú, y lo desesperada que debes estar por no poder cambiar esta situación.
Pienso en tí cada vez que tira el vaso de leche al suelo, y cada vez que intenta hacer pipí en cualquier esquina porque ni siquiera sabe dónde está. Claro que pienso en tí, por ello sigo cuidando de él cada tarde, a pesar de llegar a casa con el brazo dolorido y las piernas llenas de moratones por las patadas; porque sé que estos momentos que él está fuera tu tienes ese poco de libertad que esta dura enfermedad te ha quitado.
Y pienso en tí cuando, al llegar por la tarde, mis compañeras me dicen que ya no vengo con la ilusión de todos los días. Y se me saltan las lágrimas, porque ni tú ni él tenéis la culpa. Créeme si te digo que entiendo tu desesperación cuando llega agitado a casa, y tu temor cuando llega demasiado apaciguado. No temas, es fruto de la guerra que ha librado con nosotras durante el día.
Lo que pretendo es que no te sientas culpable, ni nos culpes a nosotros si no podemos con él. Te aseguro que hacemos todo lo que podemos por tenerlo cómodo, bien alimentado, impolutamente vestido y perfectamente atendido, pero hay veces que la paciencia ya no puede con más golpes, y como tú, también nos desmoronamos. Nosotras también sentimos la impotencia de no poder controlarlo y tener que pedirte ayuda. Y si te pregunto por la medicación que toma en casa no es porque desconfíe de ti, si no por buscar una explicación a su comportamiento, por saber si es curso normal de la enfermedad o podemos paliarlo un poco.
Créeme que te entiendo cuando te enfadas y pagas conmigo tu frustracion, porque ya no sabes como llevar esta situación. Pero esta no es la solución. Ambas estamos en el mismo bando, ambas contra esta enfermedad. No vuelques tu ira en mí, yo estoy para ayudarte. Sin pedirte nada a cambio. Solo, a veces, un poco de comprensión cuando yo también me desmorone.
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